sábado, 3 de diciembre de 2011

Silencio en la Sala

Cuando terminó la película, la audiencia petrificada quedó en silencio un momento, antes de marchar cabizbajos hacia la puerta de la sala. No era para menos, acostumbramos a salir sonrientes y escapando del tumulto sin ver los créditos que ruedan sobre la pantalla al son de una canción de despedida que acompaña la marcha final.

Con la película Silencio en el Paraíso de Colbert García, no sucedió así. Al final de la función, se acababa de enfrentar el público a un relato descarnado y frío, no usando estos términos en el sentido despectivo de la palabra, claro está. Muy por el contrario.

La película es una historia muy bien contada y con interesantes aciertos.
Vale la pena, señor lector, que abandone ahora mismo este texto si aún no ha visto la película y no quiere arruinar la sorpresa de cierre; o que asuma las consecuencias de su lectura.

El relato nos sumerge de principio a fin en un mundo desesperanzador y crudo en el que Ronald, el personaje principal es un antihéroe condenado a una vida de decepciones y frustraciones tempranas. Desde el inicio de filme, la narrativa nos conduce en una carrera vertiginosa hacia un pozo en espiral, en un descenso constante con ciertos picos que mantienen encendida una terca llama de esperanza en lo más profundo del espectador. El amor se acerca con delicados trazos a la vida de Ronald y el ideal de un final feliz se vislumbra a lo lejos.

A excepción de una felación infundada y reforzada en una escena con equívoco cierre de gag humorístico, y de la desastrosa actuación de Pedro Palacio en un papel de militar que más bien quería emular infructuosamente un gánster norteamericano de los años cincuenta; la película tiene una interesante narrativa, con una estética visual polvorienta que acompaña el infeliz trasegar de Ronald por su barrio y con una estructura que mantiene la tensión constante en el espectador.

A pesar de que es inevitable pensar que volverán los charlatanes sobre sus palabras diciendo con mirada de agobio que hemos vuelto a las mismas temáticas belicosas de la guerra nacional, me parece sumamente rescatable que se estén tocando llagas abiertas e historias ocultas que no han sido narradas, me refiero de paso a la magistral película de género “El Páramo” que menciona con sutil pero contundente mirada el conflicto de las masacres militares en el campo colombiano. Cabe decir, que algún militarista infame y enfurecido se despachó en improperios y hasta amenazas contra el equipo de producción de dicha película estrenada hace pocos meses. No vaya a suceder también con los creadores de Silencio en el Paraíso, que bastante se esforzaron para conseguir un relato oculto, desolador, desesperanzador, abrumador y bastante bien contado. 


Tráiler:

lunes, 19 de septiembre de 2011

Libertad Ecológica


Como resultado final de una convención mundial de gobiernos y altos mandos estatales, está a punto de ser publicado y puesto en vigencia un documento de obligatorio cumplimiento para todas las naciones, que con justificados argumentos, legitima el homicidio de cualquier persona sobre la tierra.

Luego de una extensa discusión de casi una hora, el secretario del primer congreso mundial de mandatarios contemporáneos consignó en un texto de varias páginas, los planteamientos que en resumidas cuentas se citan a continuación:

En concordancia con las organizaciones naturistas y ecológicas que tan de moda se han puesto con todo esto de la extinción y el cercano fin del mundo, se determina el ser humano como una parte convencional de la naturaleza, ni más ni menos que un rinoceronte, un delfín o una araucaria.


Categorizados zoológicamente todos los bichos existentes, el hombre también debe tener una ubicación en los libros de biología, y fue categorizado como depredador natural, al igual que el oso panda con el bambú o el águila blanca con la rata de los desiertos, algo natural, una parte de la pirámide evolutiva.

Dentro de las especies, existen algunas como las hormigas o el babuino de cola gris, que no sólo matan por mera necesidad alimentaria, sino también por territorio y por fuertes reacciones violentas en su carácter etológico y genético, a estas especies se les asignó la categoría de “asesinos de libertad ecológica”, pueden matarse entre ellos sin ser enviados a prisión ni castigados con costosas multas. Nadie imagina una mantis religiosa tras las rejas por haber matado a su compañero de apareamiento. En esta misma categoría fue ubicado el ser humano.

De esta manera queda legitimado el asesinato y se purgan y perdonan por indulto todas las penas (judiciales y de conciencia) de todos aquellos que alguna vez hayan matado a alguien y de los que en adelante quieran hacerlo por algún motivo.




Agosto 29 2011.

viernes, 5 de agosto de 2011

Cuestación Cinéfaga. (Charla con un escribiente incompleto)



Exterior. una plaza. dia.

La gente camina por allí. Un tipejo gordo y sucio sentado en una silla de ruedas cabecea a punto de dormirse. A su lado en el suelo, una gorra con un par de monedas en el fondo.
Frente a él pasa caminando un hombre (el cineasta) con un libro verde en su mano, arroja en la gorra una moneda y se sienta atrás, en una banca del parque. Enciende un cigarrillo.
El gordo sigue dormitando, de repente el viento levanta la gorra del suelo y la arrastra algunos metros, el hombre se levanta de la silla y corre tras ella, la recoge y rápidamente regresa a su posición sentado en la silla de ruedas.
El hombre del libro (El cineasta) se levanta de la banca y camina hacia el lisiado.

el cineasta
gordo Lisiado
(Sobresaltado)
el cineasta
(Serio)
gordo Lisiado
 (Piensa un segundo, se rasca bajo el mentón)
el cineasta
gordo Lisiado
el cineasta
gordo Lisiado
(Pensativo)

el cineasta

gordo Lisiado
(Mira el suelo)

el cineasta
gordo Lisiado
el cineasta
gordo Lisiado
el cineasta
(Se inclina hacia la gorra y toma unas cuantas monedas)
(Se queda inmóvil, sonríe)
gordo Lisiado
(Frunciendo el ceño)
el cineasta
gordo Lisiado
el cineasta
 (Mira a ambos lados, toma una mano del gordo entre las suyas, susurrando)
gordo Lisiado
(Hala bruscamente su mano)
el cineasta
 (Escarba en su bolsillo, saca triunfante una moneda)
gordo Lisiado
(Le arrebata la moneda)
el cineasta
 (Emocionado)
gordo Lisiado
 (Frotándose la cara con ambas manos, enfurecido)
(Arroja la moneda que rueda por el suelo, el cineasta da un chillido y preocupado corre tras ella…).
primer final…
  

el cineasta
(Regresa junto al falso lisiado)
gordo lisiado
(Huraño)
el cineasta
(Le da una fumada al cigarrillo, mira al cielo)
gordo lisiado
el cineasta
gordo lisiado
 (Frunce el ceño)
el cineasta
gordo lisiado
(Levanta una ceja)
el cineasta
gordo lisiado

(Con gesto serio, inclina la cabeza para pensar)
el cineasta
gordo lisiado
(Levanta la cabeza, respira hondo…)
Fin…

martes, 19 de julio de 2011

Infusiones


Sobre la nevera, en el lugar que alguna vez ocupaban tres tímidas frutas sobre un plato pando, ahora reposaba un pajarraco disecado de mirada penetrante, no era un halcón ni un búho, más bien era un pichón de palomo despelucado y triste que Martina había adquirido en una casa de subastas del centro. Justo encima de la estufa, una repisa magenta sostenía cuatro grandes trofeos de culinaria,  y un jarrón con varios cartuchos que llegaban hasta el techo y se encorvaban como gigantes en una casa liliputiense. De alguna manera, quizá con papel de colgadura, el horno microondas había sido forrado en flores rojas y racimos de uvas que no eran violetas ni verdes, parecían marrones y hacían una horripilante combinación con el fondo azul celeste.

Martina era una mujer casera que había dedicado su vida a aprender cientos de recetas y mejunjes deliciosos que atraían a las gentes del barrio y a decenas de amigos, que frecuentaban la casa en busca de placeres y exquisiteces. En la sala, junto al comedor, explayado en un sofá frente al televisor, se echaba Nicolás, su marido. Era un tipejo gordo de deleite – Si, tal vez tengo algunos kilos de más, pero he disfrutado a plenitud cada uno de los centímetros de mi cinturón– solía decir entre risas.
Los comensales se sentaban en la mesa del comedor y charlaban largamente mientras Martina hacía su alquimia, el viejo Nicolás era un hombre bonachón y alegre que entretenía a quienes venían de visita, mientras esperaban los platillos, ansiosos y con las bocas ensalivadas.

Al cabo de algunos años de recetas y delicias, Nicolás se había convertido en el héroe de la simpatía entre quienes iban a comer allí, Martina había quedado relegada a ser la mujer de Nicolás, una señora que tenía la sazón particular que acompañaba los agradables ratos de coloquio con su esposo. Todos comentaban en las calles, que Nicolás, el simpático viejo de la calle del granero, tenía una mujer que cocinaba como los dioses.
Una de esas noches en febrero, Martina se hartó de la situación, su propio marido le estaba robando el protagonismo a sus sabores, a la larga, era por ellos que las gentes visitaban la casa con tanta frecuencia. Furtivamente se levantó de la cama mientras Nicolás roncaba tumbado de costado dando la espalda a la puerta, caminó en silencio sobre la baldosa fría y se lanzó de inmediato a la caza del sofá de la sala. Con las mismas manos regordetas que usaba para romper yucas o rasgar la carne del cerdo, apresó los dos brazos del sofá como a las alas de un faisán y lo izó en el aire hasta la cocina, arrumó en una esquina la mesita de picar, la alacena de madera y la lavadora, para dejar un gran espacio al sofá y al televisor, puso los brazos en jarras y miró con el ceño fruncido.

Poco antes del amanecer había puesto en la pared del fondo de la cocina tres réplicas de pinturas renacentistas que tenía guardadas en el desván, había puesto el cobertor de la cama sobre la mesa de la cocina, había arrastrado hasta allí el pesado gato de bronce que adornaba la sala, entapetado el suelo de baldosín con la alfombra del pasillo, en la puerta de la nevera ya no habían imancitos en forma de molinillos y cucharas, ahora colgaba imponente un Jesucristo de porcelana con pintura dorada en la corona de espinas, junto a la ventana colgó un reloj de cucú hecho de madera lacada al que no le cerraban las puertitas y dejaba asomar un pico retorcido, puso velitas por todos lados y colgó en el marco de la puerta, unas campanitas escandalosas que anunciaban la entrada de cualquier visitante de la cocina reforzada, en cada rincón que se mirara, destellaba alguna estatuilla o adornete barato. Antes de acostarse de nuevo, tendió de una esquina a la otra de la cocina, un chinchorro de colores para aprovechar el espacio aéreo y aumentar el aforo de asistentes, resopló satisfecha y se fue a dormir.    

La mañana siguiente fue extraña, los visitantes llegaron antes del medio día y al no ver al viejo Nicolás sentado frente al televisor, caminaron hasta la cocina sin preguntar. Allí los esperaba Martina, más bonita que siempre, con vasos llenos de vino, música de Vivaldi  y olor a especias y pollo sofrito por todo el lugar. Unos se sentaron en el suelo, sobre la alfombra mullida, otros en el chinchorro, el enorme sofá tapizado en terciopelo rojo ocupaba un espacio privilegiado, pues desde allí se veía el cielo de tarde empañado por los vapores de la olla que expelía fragancias provocadoras. Luego de hastiarse, todos durmieron la siesta con los labios engrasados y el sabor a cebolla rondando aún los paladares, pues Martina, previendo la situación, había jalado con dificultad la cama grande de espaldar barroco hasta un rincón que había quedado disponible en la cocina.

A las seis de la tarde, Nicolás se marchó sin despedirse con una maleta en cada mano.
Leticia, la señora de los inciensos, contó después de un tiempo, que llevaba varios días durmiendo sentado en una sillita en la cocina de Feliciano, su amigo de borracheras.     



Octubre 20, 2009

lunes, 11 de julio de 2011

Apología del cine Gore (Balada Triste de Trompeta – Alex de la Iglesia)

Hace pocos días llegó a la cinemateca distrital una copia para miembros de la academia, del último filme de Alex de la Iglesia. Con una función sin mayor parafernalia, se estrenó para Bogotá “Balada Triste de Trompeta”, una película que encierra como de costumbre en sus filmes, los personajes de carácter retorcido, desequilibrado y enfermo del director español.

Es inevitable hacer una reminiscencia de su película “Muertos de Risa” de 1999 en la que emplea un esquema semejante: El contraste de dos personajes que parecerían ser cándidos y joviales, con la podredumbre de la violencia que encierran los hombres trastornados por el amor, la codicia o la envidia. En el film de 1999 encontramos a dos comediantes que resultan por matarse en un delirio de egoísmo y deseo de fama y reconocimiento. Balada triste de trompeta nos deja ver un payaso apocado que desorientado en el mundo del circo, se enamora de la bella bailarina y se confronta a su compañero de escena, un payaso inmisericorde y amoral que hará lo que sea preciso para no perder el amor y el cuerpo escultural de aquella bailarina, su novia de turno (Carolina Bang).

Ambientada en la guerra civil española, la historia recurre a un elemento que me recuerda a Tarantino en su más reciente film: Franco, el gran dictador, hace su aparición y se encuentra con el protagonista en una secuencia que despide no menos sangre que el resto de la película, tal como Tarantino lo hiciera asesinando a Hitler en una función de cine en "Inglorious Basterds".

Balada Triste de Trompeta reutiliza un esquema que surtió excelente efecto en “La Comunidad” del mismo director, un grupo de personajes oscuros confinados en el mismo espacio (el edificio en la primera, ahora el circo) y uno de ellos que escapa buscando su fin único (Carmen Maura roba el dinero en la primera, ahora Carlos Areces rapta una mujer) huyendo hacia una zona alta que da la impresión de redención: el infeliz payaso perdido en su locura de amor, escapa con la bailarina hacia una torre luego de haber pasado por los subterfugios y cloacas más oscuras de Madrid, como un personaje que renace y asciende luego de haber visitado el fondo de su propia locura.
Presenciamos una lucha fatal en lo alto de una torre que desemboca en una caída estrepitosa recordándonos a Carmen Maura y Terele Pávez en el desenlace de “La Comunidad”. 

Enloquecido por el amor de una mujer que parece estar jugando con su corazón, el payaso pierde el control y cae en un abismo psicópata que lo lleva a asesinar a cualquiera que se cruce en su camino. Es aquí donde no solo el personaje, sino también la película pierde su equilibrio.

Ésta película es sin duda la que compendia los personajes más retorcidos, sórdidos y enfermos de la cinematografía De la Iglesia, meritorio, está bien, a la larga igual que en sus historias, este hombre quiere llevarlo todo al extremo, y nunca está de más un poco de ultra-violencia cuando se quiere escandalizar, pero los borbotones de espesa sangre de utilería llegan a ser desmedidos y eventualmente gratuitos dentro de esta última entrega.
Tenemos un payaso tímido que ha vivido una infancia difícil (parece un recurso manido para poder llevar a los personajes a la locura sin dar mayores justificaciones), pero repentinamente todo se torna en una seguidilla de mutilaciones y abaleos que, de no ser porque el público asistente sabe a lo que se va a enfrentar, causaría un escape masivo de la sala de cine. No quedaron por fuera algunos elementos gratuitos que hacen más fácil el tratamiento y hacen pensar que la película se escribió con un poco de prisa luego de haber pasado dos largos años desde “Los crímenes de Oxford”, su penúltima película que también había dejado algo que desear, para aquellos que buscaban un cine que había adquirido ya una estética contundente y propia.

Estando aún lejos de “La comunidad” y “El día de la bestia”, las dos más grandes joyas cinematográficas del director español, este último filme no decepciona, pese a tener bastantes cosas muy interesantes que se quedaron a la mitad del camino, y un sinnúmero de ríos de sangre que rebasaron el final del camino.     


Julio 12 de 2011

Tráiler:
http://www.youtube.com/watch?v=Ura85FQoUl4

viernes, 8 de julio de 2011

Difusas e infundadas concepciones sobre la muerte. (El panteón de la espera fatal)

Algunos preceptos;

Hay tantas muertes como vivos hay sobre la tierra.
Es evidente que una sola muerte cuyo paradigma se ve a la derecha, no da abasto para acarrear con la inmensa labor de correr de un lado a otro del planeta cercenando cabezas con la oxidada hoz, soplando aires funestos sobre los desahuciados, o posándose silenciosa junto a la puerta de aquellos cuyo fin está cerca para esperar el momento preciso en que ha de lanzar el zarpazo. De ser así, ¿qué pasaría cuando dos infelices tienen que morir a la vez?
La Moira no puede estar en dos lugares al mismo tiempo.

Ó creemos en la física y la ciencia espacio-temporal, ó creemos en las ridiculeces omnipresentes que se inventaron los cristianos muertos del miedo en la edad media. Doy más crédito a la primera, así que si alguien agoniza y alguien está siendo fusilado simultáneamente, recurrimos a la premisa científica de que:
"Un cuerpo no puede estar en dos espacios al mismo tiempo sin fragmentarse”

Entonces, la muerte no puede posarse en dos cabeceras sin bipartirse o en tres sin tripartirse. 

Para poder estar en varios lugares, la muerte tendría que dividirse en millones de muertecitas pequeñísimas, pero en tal caso, esas pequeñas muertes no serían lo suficientemente grandes y fuertes para combatir con los vivos que, bien sea dicho, cuando agonizan los muy miserables, se aferran a la vida como si fuese un tesoro, luego de años de haberla vilipendiado; en vez de liberar músculos, esfínteres y cargos de conciencia para entregarse al viaje aquel del que tanto hablan y nadie ha podido describir mejor, que con un insulso y manido túnel con una luz al fondo, que sabemos claramente que es la luz de la lamparita en el quirófano, mezclada con el efecto narcótico de la anestesia, la adrenalina, o la misma droga de baja calidad que malamente han ingerido desaforados en alguna cloaca urbana para llegar hasta allí.
¿O, acaso por qué los desgraciados que agonizan en la podredumbre de su habitación húmeda, oscura y maloliente nunca ven la dichosa luz blanca?


…Y patalean y rasguñan con dientes y garras los repugnantes mortales tanto, que las miles de pequeñas muertecitas, perecerían en la batalla y el negocio de la vida y la muerte se convertiría en un gasto innecesario de pequeñas muertes y un inmenso cúmulo de hombres rabiosos, enfermos y sanguinolentos (además de inmortales) que tratarían sin cesar de matarse unos a otros infructuosamente, pudriéndose sobre la tierra y derramando sangre y vísceras que causarían en el mundo entero un hedor insoportable para la existencia, inclusive de las pequeñas muertecitas.
Para evitar tal catástrofe cósmica, se emplea un mejor esquema mortal, que consiste en millones y millones de muertes completas, que aguardan en una inmensa sala de espera hasta que llega el momento de salir en busca de una víctima determinada para cegar su vida y luego de ello, disfrutar de la vida eterna.
Es un sencillo proceso cíclico e infalible en que cada persona que muere, tiene que encargarse de matar a uno más, tal como un servicio social que se presta al universo, antes de ir a vagar por el mundo y por el tiempo haciendo de las suyas como fantasma o alma en pena.  Cada infeliz mortal cuando muere, va directamente a reemplazar a la muerte que lo ha matado y se sienta a esperar cuál será el mortal cuya vida le corresponde cegar.

Tenemos pues, que hay millares de muertos aguardando ansiosamente que el mundo en decadencia estalle en guerras y pandemias, para ser enviadas con prontitud a cumplir con su defunción designada, salir de allí y lanzarse por fin a la concupiscencia de los muertos.



Cada muerte, claro está, mata en su especialidad, dado que los infames hombres se matan tanto, que cada uno conoce a precisión al menos una o dos formas de matar a sus congéneres. Esto hace, por consecuencia, que aquellos que conocen más formas de matar, sean aquellos que antes salgan a disfrutar las delicias de la eternidad, y aquellos que adolecen de experiencia en las artes matatorias tarden larguísimos períodos esperando el momento de salir de allí.
Tal como el espacio terrenal es finito, el espacio de los muertos lo es también, y la inmensa plaga de humanos matándose y matándose genera un hacinamiento de muertos en aquella sala, que se hace más y más crítico a medida que más y más muertos envía allí el putrefacto mundo humano, y haciendo honor a su pasado y su instinto, las muertes allí tratan de matarse unas a otras para desocupar espacio y moverse con libertad, o para hacerse a una buena silla, pues no saben cuánto tiempo han de esperar allí.


De unos siglos para acá, las cosas han estado muy difíciles para los muertos que van al panteón de la espera fatal: los mejores asesinos o los más conocedores de las técnicas de matar gentes, salen más rápido de allí; pero aquellos que no saben, mutilar, acuchillar, envenenar, degollar, ahorcar, asfixiar o alguna técnica que se les asemeje, tardarán décadas o siglos esperando en aquella sala llena de muertos, que además de todo (por su misma condición de muertos) son feos.


 ...Se exhorta a los vivos, a entrenarse en las técnicas del asesinato, para estar capacitados a la hora de llegar al panteón de la espera fatal, con el fin de salir pronto de allí, y disfrutar de las verdaderas delicias de la muerte.








Mayo de 2011

Uno a Cien

– Por estar viendo películas, ya no piensas en mí…–

– Sí pienso en ti –

– ¿Ah, Sí? … De uno a cien ¿cuanto me quieres? –

...

– …Cine.–









                           Octubre 2009

martes, 21 de junio de 2011

"La espontaneidad del vómito" ó "Self Cunnilingus" (Instrucciones para posar la lengua detrás de la campana)


No mayor satisfacción puede provocar posar la lengua detrás de la campana. 
De satisfactorio no tiene mucho, quizá sentir el sabor de la parte posterior de la úvula, nada más. En absoluto.
¿Y eso qué sentido tiene? Ninguno, claro está.
 
La úvula es ese inútil trozo colgante de membrana que pende bien al fondo de la boca y que vemos vibrar en los dibujos animados cuando algún personaje grita desaforado, es aquello que llamamos la campana.

Sin embargo y pese a la inutilidad y posible complicación respiratoria, y por consiguiente muerte u hospitalización, que pueda generar este acto ridículo; si se pretende, puede hacerse llegar la lengua hasta la parte más trasera de la boca misma, sin llegar a las amígdalas, que eso ya es agua de otro cántaro. Todo consiste en un poco de persistencia, disciplina y fluidez bucal.


Buscarle utilidades a esta payasada circense no es tarea sencilla, y luego de aburridas investigaciones, se llega a la conclusión profunda de que lo más útil que se puede lograr haciendo esto, es impresionar a un niño, o provocar en sí mismo, si se llega bien a fondo, un impulso o convulsión de vómito sin necesidad de utilizar el dedo u otro artefacto, cosa que podría emplearse como gracia en una fiesta o reunión familiar: “miren todos, puedo vomitar espontáneamente en el momento en que lo decida”, asimismo podría ser divertido vomitar sobre alguien con deliberada inclemencia, o sorprender a una novia regurgitando sin previo aviso, y al finalizar decir, limpiándose con la manga del saco el borde del labio inferior, “como te pareció eso, eh?”. Más utilidad, no tiene.

La labor es sencilla pero gradual, he aquí el primer paso: parta de lo sencillo, sitúe la punta de la lengua en la parte posterior de los dientes incisivos, o sea, los de bien adelante, luego de ello empiece a recorrer con la lengua el paladar, dirigiéndola hacia la parte posterior de la boca. Aquí surge la primera disociación de practicantes del primordial acto de posar la lengua tras la campana. Es posible que al llegar atrás, lo más profundo que pueda, usted encuentre solamente una superficie rígida, como el techo duro de la boca, el paladar duro. Este es el primer tipo de practicante, incompetente y mal formado desde la cuna o el útero, pero no por ello segregable, aquellos que con su lengua solo alcanzan hasta el paladar duro. Otros, quizá la mayoría, probablemente alcancen a sentir la parte blanda y acolchonada que se ubica luego de este, el paladar blando.
 
Si usted es de los primeros, no se acongoje por cargar con una malformación congénita. Por el contrario, llénese de ímpetu y empiece a estirar la lengua hacia atrás hasta sentir la parte blanda (cabe decir, que para deslizar la lengua hacia atrás, no es necesario echar la cabeza sobre la espalda como un pichón de urraca que es alimentado por su madre). No lo vea como un reto imposible o inverosímil, no se rinda, es tal como practicar un cunnilingus en reversa y sobre una cavidad propia.
Ahora bien si usted siente ya, la parte blanda del paladar, prepárese para lograr uno de los más grandiosos logros sobrehumanos conseguidos en la historia del tiempo y los fenómenos humanoides. Ubique la punta de la lengua lo más atrás que pueda, en el sitio más recóndito que su morfología bucal le permita. Teniéndola allí cierre los labios, tenga en cuenta que los labios abiertos vertical o transversalmente le van a impedir el paso siguiente.

Paso segundo: teniendo allí atrás la lengua y los labios cerrados simule una succión bucal pero sin abrir la boca, tal como si tuviera un pitillo entre las fauces y quisiera chupar todo lo que al otro costado se encuentra, como si se hubiera atascado un trozo de carne mientras succiona su gaseosa o como si quisiera extraer del tanque de otro auto, el remanente de gasolina para derramarlo en su tanque propio. Succione sin abrir los labios, creando un vacío en la boca y con la lengua bien profunda, notará que la campana o úvula empezará a avanzar progresivamente hasta posarse ella misma casi como por obra divina, delante o encima de la lengua.
 


Es aquí donde puede usted sentir la primera convulsión de vómito, si ha comido recientemente y está en el lugar adecuado para hacer el espectáculo del vómito espontáneo, déjelo escapar, será para todos una sorprendente muestra de su versatilidad y donaire. De no ser así, siga succionando hasta que note que la campana ya no avanza más sobre la lengua y está generando un ronquido vacío, sordo y preocupante: sí, está extrayendo el aire que tiene almacenado en la laringe, y de seguir succionando podría extraer sin quererlo un alveolo, una arteria pulmonar o la vejiga en un caso extremo, es el momento de detener el segundo paso, luego de esto viene la posible complicación respiratoria.
El paso tercero y final, consiste en dar un último impulso con el músculo lingual y hacer resbalar la punta de la lengua un poco más profundo donde ya sentirá un tejido baboso y probablemente amargo o salado que es la parte posterior del velo palatino. Un poco más atrás encontrará, si su longitud lingual (o lingüística) le da licencia, las amígdalas, con llegar a ese punto, está garantizada, la efectividad inmediata del efecto de vomitar sobre otros sin mayor esfuerzo. La tarea está cumplida. De aquí en adelante la práctica es lo único que puede desenvolver el efecto con mayor fluidez. Dedíquele tiempo y constancia, dos o tres horas de práctica diaria sentado sobre el borde de la cama pueden ser suficientes para empezar en ello.

 



Mayo de 2010


lunes, 20 de junio de 2011

Inquisición contemporánea

En la mitología griega, Hesíodo, el poeta, describe el tártaro como el lugar más profundo bajo la tierra, donde moran las almas en pena: gimientes seres desgraciados y oscuros, retorciéndose de la desdicha y lanzando alaridos melancólicos y desgarradores.
Corriendo el inminente riesgo de ser criticado, y desaprobado por mitólogos, teólogos, e investigadores de las culturas antiguas y las teogonías de civilizaciones de otrora; hoy lanzaré en este texto un postulado de sencillos pero contundentes planteamientos, que rebaten decididamente la idea de que el Tártaro griego, era el lugar donde los infelices penaban condenados a gimotear eternamente, en el bullicio de sus propias desdichas.
También llamado el Hades, aquel lugar mitológico era el reino de los muertos, un río helado y putrefacto, donde los desterrados, los infieles, los pecadores y los muertos vagaban errantes padeciendo un insoportable dolor, que los obligaba a gritar incesantes y desenfrenados por el sufrimiento que albergaban. Cuentan los relatos que tan solo acercarse allí, se escuchaban las voces desgarradoras e intolerables de los malditos que aullaban sus miserias. 


En contradicción absoluta a todos los preceptos que, sin fundamentación investigativa alguna, mencionaron los griegos precipitados en su ansia de invención narrativa, sustentaré con vehemencia la tesis de que el Tártaro no se encuentra a kilómetros sumergido bajo la tierra, se encuentra ubicado a unos pocos centímetros de mi cabeza. Es suficiente con pasar una noche en mi casa para comprobarlo de cerca. 
Han inaugurado en la casa de junto, hace algunos meses, una espantosa fábrica de alaridos. Inicialmente creímos que lo que se había trasladado a la propiedad vecina, era un degüelladero de ganado, llegamos a pensar que habían instalado allí una sucursal contemporánea del antiguo matadero distrital de Bogotá, pero luego de escuchar los estridentes y desgarradores gemidos, llegamos a la conclusión de que no era un matadero de reses, los berridos eran definitivamente humanos, y estuvimos seguros por varias noches, de que aquí junto, funcionaba una guarida diabólica para la brujería y el sacrificio, o una sala de torturas clandestina. 

Las paredes retumbaban estremecidas por horrorosos gritos de dolor y llantos lastimeros que no nos dejaban más alternativa que pensar que, separados sólo por una pared, vivíamos en compañía cercana de verdugos que azotaban y mutilaban los cuerpos desgastados de prisioneros indefensos y sangrantes. Recurrentes imágenes de máquinas medievales de tortura, y aparatos retorcidos de fierro se venían a nuestras cabezas al escuchar aquellos ruidos en medio de la noche. Imaginábamos artefactos diseñados para desgarrar carne y marcar ganado con metal ardiente, imaginábamos ríos de sangre corriendo por el suelo embaldosado de la casa vecina, que en antaño fuere de la vecina Cecilita, quien se arrancaría los ojos si supiera que en su vieja casona, se estaba restituyendo la mismísima inquisición.     

Algunos días después, aterrado por un berrido pavoroso que me levantó de la cama sobresaltado, tomé impulso y a fuerza de una valentía impostada, salí a la calle en medio de la oscuridad para averiguar qué era lo que sucedía entre aquellas paredes noche tras noche. Haciendo fuerza de valor caminé unos metros hasta que frente a mis ojos se develó el misterio: “En la Ducha, KARAOKE BAR”.






Febrero de 2011.


Derecho al final caótico

Conduciendo de regreso a casa luego de ver en una sala de cine comercial, un bastante bien construido thriller de suspenso norteamericano, me quedé pensando en el manejo que una película de este tipo da al espectador y las limitaciones y vendas que le impone.
Luego de haber pagado y de haberse mantenido aferrado a la silla por noventa minutos,  sin querer desprenderse de la pantalla, y aguardando por un final consecuente con el hilo de tensión de toda la película, el desprevenido asistente es justo merecedor de un cierre acorde a las pulsiones que el filme le ha hecho sentir. La trama de la película (se puede generalizar este caso si es preciso), va de una malvada mujer que acaba con la vida de todos a su paso, la protagonista durante toda la historia ha escapado de sus perversas manos, pero  al final, ésta demoniaca asesina parece tenerla a un tiro de su lanza para enviarla a los infiernos… Estamos a la expectativa…

Tiempo atrás, vi también una película, que pretendía ser un thriller de terror donde una familia fantasmagórica ahuyentaba a unos desdichados recién llegados a una casa. Al final del filme, todo es tranquilidad y sosiego, la terrorífica energía ha sido enterrada por alguna fuerza benigna que mitiga la maldad y la erradica por completo de la cinta. 
Tristemente.
¿Es eso justo, para un espectador que ya no va a la sala de cine en busca de fantasmas traslúcidos y monstruetes babosos y vulnerables? Es evidente que no.
La cuestión que me hago, gira en torno a que la muerte, la sordidez y los elementos horrorosos e indeseables de una película deben ser explotados a cabalidad. La peli de la que hablo, la que hoy vi,  construye una estructura sólida y verosímil, maneja de manera virtuosa los recursos sonoros para la generación de expectativa, llegando incluso a lograr sobresaltos realmente atemorizantes. Al final a la antagonista se le derrama una innecesaria sarta de disparos de revólver, que no habrían sido tan desafortunados para la historia, si no concluyera con una pequeña secuencia tan apacible, agradable y melosamente decepcionante. A decir, la malvada asesina muere ahogada en una charca de agua helada luego de recibir en la cara, una contundente y precisa patada de la protagonista, que seguramente nunca estudió las disciplinas del “hap-ki-do” ni del “kick boxing”.
¿Por qué diablos no permitir a esta inmisericorde y repugnante mujerzuela, a la que al cabo de 30 minutos de transcurrido el filme la sala entera repudia, que mate a todos dentro de la historia y salga ilesa para continuar con sus andanzas?


Es justo que después de cien años de cine sea posible acceder a una película de industria que no termine en sosegado bienestar, sin tener que rebuscar en los archivos del vapuleado y despreciado cine de serie B. Ya no está la audiencia para ser tratada como una horda de norteamericanos que acuden a una película de héroes en los años 50`s. 
Cuando en la dramaturgia griega se hablaba de un héroe, se hacía referencia a un personaje con valores morales positivos que trasegaba por entre las dificultades que la vida y sus antagonistas le imponían, pero luego de un tiempo aquellos cánones fueron mejor explotados y surgió el “antihéroe”, un personaje protagónico con su integridad retorcida y sus virtudes resquebrajadas, un ser más verosímil, un ser existente en la vida cotidiana de éste cinematográfico mundo occidental.
Si tenemos un anti-héroe que transforma las situaciones del protagonista en acciones creíbles y realistas, ¿Por qué no tener algo así como un “anti-final feliz”?

En esta era de la cinematografía, las legislaciones penetran fuertemente la creación, se censuran los contenidos en la televisión y en las salas, se limitan las audiencias por fecha de nacimiento, se imponen decretos para administrar (cuestionablemente) los dineros de la boletería, y otras tantas trabas en la gestación de un filme, pero, ¿Existe acaso una ley que imponga a los guionistas, la obligación de cerrar sus películas con repugnantes finales felices? …aún no, y ojalá que ese día no llegue nunca…  

                                                                                        Agosto 26 de 2009

Sin tetas no hay cine

Diez y media de la noche. En medio del horario premium del canal RCN, en la pausa publicitaria de la telenovela de Marbelle (a la que de muy buena gana se le podría dedicar uno de esos artículos de decepción frente a la televisión colombiana), se cruzó una pauta que publicitaba la película “Sin Tetas No Hay Paraíso”. 

Retrataré de manera escueta lo que aparece en la pantalla:
Una gruesa voz en off dice con solemnidad: “¿Por qué todos los colombianos están yendo a ver la película de Sin tetas no hay paraíso?”.  Una mujer corriente (corriente por lo pobre de su comentario de espectador cotidiano) parada frente a la sala de alguno de los cinemas multiplex de Cine Colombia: “Yo vi la película y me impactó” (jump cut) “Por la escena esa de… de la operación” (jump cut) “…y por las escenas de intimidad… de la chica…” (jump cut) “…son unas escenas muy fuertes…” (corte a negro). (Letras blancas) “Sin tetas no hay paraíso, véala en su cine más cercano”.

Esto es la desventura del cine colombiano. Otrora los publicistas solían ser más discretos. Escondían hasta la proyección de la película el secreto de su único atractivo. Los espectadores salían de la sala comentando acerca de uno o dos pares de tetas, que acababan de ver en la pantalla, y ellos mismos se encargaban de difundirlo entre la muchedumbre: “…viejo Harold, pues…  es aburridísima, para qué le digo mentiras… pero como a la mitad de la película esta niña, la protagonista, se empelota ¡y eso, qué no se le ve! muestra hasta el apellido”
Así, uno a uno, los espectadores deseosos, compraban la boleta a sabiendas de que la película no tenía mayor gracia que una atractiva actriz enseñando las tetas o las nalgas a cámara.
Ahora es evidente. Ahora lo dicen sin vergüenza en los comerciales de televisión como si un Gustavo Bolívar golpeara desde adentro el cristal del televisor gritando “ven a ver mi película, pero no vengas a que te cuenten una historia, no. Ven a ver tetas”.
Hace un par de horas, a punto de entrar a ver “La Sociedad del Semáforo”, vi junto a la taquilla, un poster de “Sin tetas no hay paraíso”, encima de una fotografía en collage de todos los actores (como si no hubiera algo más estético para mostrar en un afiche) hay una frase contundente que pone: “Lo que no pudo ver en T.V.”. Esto es una bofetada contundente e irrespetuosa a los pocos espectadores que aún siguen yendo a las salas a comprar historias y narraciones.

Impotentes por la imposibilidad de mostrar tetas en televisión, tenían que encontrar una alternativa para capturar esa infinidad de televidentes que quieren ver más y están dispuestos a pagar por ello, y que además, es el grueso de la población. Estos magnates del audiovisual han explotado al más alto grado la “Novela” que alguna vez escribió Gustavo Bolívar. Y sin bastarles con las millonarias ventas en libros debidas al morbo que el narcotráfico alimenta en los colombianos, ni con la venta de los derechos de la telenovela para España, Estados Unidos y otros países, decidieron emprender la realización de una película.
El simpático librito light de putas y mafiosos llega a la pantalla grande, y se da el lujo de decir sin tapujos en televisión, que el cine nacional ya no es fotografía, ni música ni narración. El cine colombiano ahora vale, pero por sus tetas.


septiembre de 2010


  

domingo, 19 de junio de 2011

Las pequeñas pelis


Corriendo presuroso llego a la taquilla de la sala de cine, ocho minutos después de la hora anunciada para el inicio de la película en la prensa. Los compradores incautos de otras funciones pagan con calma sus boletos, mientras yo bufo aún con la frente sudorosa y la ansiedad en los ojos.  –La película siempre empieza quince minutos más tarde de la hora a la que está anunciada–   me dice desde el lado mi acompañante con una sonrisa apaciguada   –Los primeros  minutos, solo pasan los cortos–. 
Yo miro mi reloj y me empino inquieto sobre los hombros de los espectadores de la fila como queriendo depurar la espera.

Luego de haber pagado con celeridad los boletos, corro por el pasillo que me conduce a la sala dos. Al entrar en la penumbra, camino subiendo casi a tientas por las escaleras contorneadas de neón, y miro hacia atrás para no perderme un segundo de lo que hay en la pantalla.  
–Llegamos a tiempo–  me dice ella susurrando mientras el acomodador se mueve como una tortuga hacia nuestra ubicación  –la película no ha empezado, todavía están en los cortos–.  Algo se impacienta en mi interior y me apresuro a llegar al banco asignado para ponerme las gafas y sumirme en la delicia de las pequeñas pelis.
En la inmensa pantalla se ve un traficante de armas lanzarse desde la ventana de un edificio, vuela medio segundo y un estallido lanza a volar una decena de letras blancas, que con el retumbar de un sonoro trueno, se posan como aerolitos ante nuestros ojos: “Próximamente en su sala de cine más cercana”.

Sonrío en la oscuridad y me preparo para la siguiente: Logotipo de la productora sobre fondo negro. Fundido. Un par de niños corretean a la salida del colegio, uno de ellos tropieza y cae al suelo. Letras blancas: “Cuando cometes errores…”. Visión subjetiva, una mujer llorando mientras corre inclinada sobre una camilla jalada por dos enfermeros. Letras blancas: “…Debes pagar las consecuencias…”. El niño yace tumbado sobre una cama del hospital conectado por cientos de cables. Letras blancas: “…y a veces, no hay cabida para segundas oportunidades”…

Un derroche de sensaciones estalla sobre la pantalla, una tras otra y sin dar tiempo de respirar siquiera. Una decena de pequeñas películas atrapadas en cápsulas de un minuto nos suscitan todo tipo de historias.  Los tráilers cinematográficos son el cine atrapado en inyecciones encargadas de insuflar de expectativa, a quien se entrega al designio de la gran pantalla. Los componentes de más fuerte emoción que crean una sustancia concentrada y emocionante para la cabeza, un detonador de ansiedades cinematográficas.
En los últimos años, sometido al ineluctable síndrome de la tardanza, he llegado retrasado a una infinidad de funciones, a las que entro agitado y ansioso, para notar con tristeza que hace algunos minutos, ha iniciado inclusive la proyección del largometraje anunciado en cartelera. Lo difícil de todo ello, es asumir que nuevamente he llegado tarde a la proyección de pequeñas historias que suscitan sensaciones y provocan la imaginación, y que además de ello, son en algunos casos, justamente lo que más deseo saborear de la función.
Están encargadas estas pequeñas pelis, a las que llaman equivocadamente “los cortos”, de agarrar al espectador por los ojos y los oídos, y en el mejor de los casos, no liberarlo hasta llevarlo arrastrado a la sala de cine a ver la película completa. Ver los tráilers cinematográficos es mucho más que ver un catálogo de productos en el que tenemos que seleccionar a cuál asistir y a cuál no. En realidad su creación consiste en un arte de suma delicadeza y microscópico detalle. Cada sonido, cada plano de duración de fragmentos de segundo, cada palabra, cada texto sobre la pantalla, cada movimiento abrupto o sosegado de la cámara, es un componente químico de trascendental efecto; igual que en la alquimia del cine, dado que estos bocados de historia, son también cine pero en menor escala temporal.     
Cuando se enfrenta uno a un tráiler, existen dos únicos rumbos: Ser atrapado por sus imágenes y sonidos, o desistir de antemano de la idea de ver alguna película de futuro estreno. Cuando uno es encantado por el tráiler, tiene su destino también dos rumbos: Asistir ansioso a ver la película que hemos visto sintetizada en aquella función, o por alguna razón circunstancial perdérsela y quedarse con las ganas golpeándole el estómago desde adentro. Ahora bien, cuando logramos ver la película cuyo tráiler nos ha enganchado, tenemos también dos alternativas: Salimos extasiados por la obra excelsa que la pequeña peli nos anticipó, o sufrimos una de las decepciones que en mi caso, es de las más fuertes en la vida, una película cuyo tráiler era un fatuo engaño.

Sí, algunos engañosos tráilers se mezclan entre los de películas excelentes, y nos muestran un universo fingido y encantador, que logra engancharnos con tal fuerza que nos catapulta a la sala de cine el día del estreno, para notar que lo que vemos en la película completa, es un asunto desfigurado y distante del tráiler que nos enamoró; tal como si el tráiler fuese la obra original, y el largometraje una segunda versión insulsa e incompleta.
Demos en estos casos el crédito al tráiler y asumámoslo como una obra unitaria, porque en muchas ocasiones, los creadores de tráilers son realizadores contratados única y exclusivamente para la creación de esta pequeña pieza de expectativa. Puede suceder, claro, que la película sea un bodrio esperpéntico e insoportable, y que el último día edición, el director en la sala de montaje diga rascándose la cabeza “Esta película es deplorable, ¿qué hacemos?”. La única alternativa, señor director venido a menos, es generar un tráiler de exquisito placer narrativo y magistral estructura; pagar a los exhibidores para que lo muestren en las principales salas, y que el público que lo vea quede extasiado y agote la boletería de las primeras funciones, ojalá muy pronto, antes de que los primeros espectadores y la crítica, revelen que en realidad esta película, es su tráiler y nada más.
Tan delicada y exquisita es esta pieza de minuciosa manufactura, que existen festivales exclusivamente para la proyección de tráilers cinematográficos, y es tan delicioso el minuto en que desborda sensaciones, que en algunos casos se realizan tráilers sin que la película completa exista en realidad. A veces ni siquiera es necesaria.
Si se llega a tiempo a la sala de cine, y se es testigo de una infame película de pésima calidad, haber presenciado unos buenos tráilers durante quince minutos, puede ser un merecido y muy satisfactorio premio de consolación.   



                                                             Septiembre de 2010