lunes, 20 de junio de 2011

Derecho al final caótico

Conduciendo de regreso a casa luego de ver en una sala de cine comercial, un bastante bien construido thriller de suspenso norteamericano, me quedé pensando en el manejo que una película de este tipo da al espectador y las limitaciones y vendas que le impone.
Luego de haber pagado y de haberse mantenido aferrado a la silla por noventa minutos,  sin querer desprenderse de la pantalla, y aguardando por un final consecuente con el hilo de tensión de toda la película, el desprevenido asistente es justo merecedor de un cierre acorde a las pulsiones que el filme le ha hecho sentir. La trama de la película (se puede generalizar este caso si es preciso), va de una malvada mujer que acaba con la vida de todos a su paso, la protagonista durante toda la historia ha escapado de sus perversas manos, pero  al final, ésta demoniaca asesina parece tenerla a un tiro de su lanza para enviarla a los infiernos… Estamos a la expectativa…

Tiempo atrás, vi también una película, que pretendía ser un thriller de terror donde una familia fantasmagórica ahuyentaba a unos desdichados recién llegados a una casa. Al final del filme, todo es tranquilidad y sosiego, la terrorífica energía ha sido enterrada por alguna fuerza benigna que mitiga la maldad y la erradica por completo de la cinta. 
Tristemente.
¿Es eso justo, para un espectador que ya no va a la sala de cine en busca de fantasmas traslúcidos y monstruetes babosos y vulnerables? Es evidente que no.
La cuestión que me hago, gira en torno a que la muerte, la sordidez y los elementos horrorosos e indeseables de una película deben ser explotados a cabalidad. La peli de la que hablo, la que hoy vi,  construye una estructura sólida y verosímil, maneja de manera virtuosa los recursos sonoros para la generación de expectativa, llegando incluso a lograr sobresaltos realmente atemorizantes. Al final a la antagonista se le derrama una innecesaria sarta de disparos de revólver, que no habrían sido tan desafortunados para la historia, si no concluyera con una pequeña secuencia tan apacible, agradable y melosamente decepcionante. A decir, la malvada asesina muere ahogada en una charca de agua helada luego de recibir en la cara, una contundente y precisa patada de la protagonista, que seguramente nunca estudió las disciplinas del “hap-ki-do” ni del “kick boxing”.
¿Por qué diablos no permitir a esta inmisericorde y repugnante mujerzuela, a la que al cabo de 30 minutos de transcurrido el filme la sala entera repudia, que mate a todos dentro de la historia y salga ilesa para continuar con sus andanzas?


Es justo que después de cien años de cine sea posible acceder a una película de industria que no termine en sosegado bienestar, sin tener que rebuscar en los archivos del vapuleado y despreciado cine de serie B. Ya no está la audiencia para ser tratada como una horda de norteamericanos que acuden a una película de héroes en los años 50`s. 
Cuando en la dramaturgia griega se hablaba de un héroe, se hacía referencia a un personaje con valores morales positivos que trasegaba por entre las dificultades que la vida y sus antagonistas le imponían, pero luego de un tiempo aquellos cánones fueron mejor explotados y surgió el “antihéroe”, un personaje protagónico con su integridad retorcida y sus virtudes resquebrajadas, un ser más verosímil, un ser existente en la vida cotidiana de éste cinematográfico mundo occidental.
Si tenemos un anti-héroe que transforma las situaciones del protagonista en acciones creíbles y realistas, ¿Por qué no tener algo así como un “anti-final feliz”?

En esta era de la cinematografía, las legislaciones penetran fuertemente la creación, se censuran los contenidos en la televisión y en las salas, se limitan las audiencias por fecha de nacimiento, se imponen decretos para administrar (cuestionablemente) los dineros de la boletería, y otras tantas trabas en la gestación de un filme, pero, ¿Existe acaso una ley que imponga a los guionistas, la obligación de cerrar sus películas con repugnantes finales felices? …aún no, y ojalá que ese día no llegue nunca…  

                                                                                        Agosto 26 de 2009

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