lunes, 20 de junio de 2011

Inquisición contemporánea

En la mitología griega, Hesíodo, el poeta, describe el tártaro como el lugar más profundo bajo la tierra, donde moran las almas en pena: gimientes seres desgraciados y oscuros, retorciéndose de la desdicha y lanzando alaridos melancólicos y desgarradores.
Corriendo el inminente riesgo de ser criticado, y desaprobado por mitólogos, teólogos, e investigadores de las culturas antiguas y las teogonías de civilizaciones de otrora; hoy lanzaré en este texto un postulado de sencillos pero contundentes planteamientos, que rebaten decididamente la idea de que el Tártaro griego, era el lugar donde los infelices penaban condenados a gimotear eternamente, en el bullicio de sus propias desdichas.
También llamado el Hades, aquel lugar mitológico era el reino de los muertos, un río helado y putrefacto, donde los desterrados, los infieles, los pecadores y los muertos vagaban errantes padeciendo un insoportable dolor, que los obligaba a gritar incesantes y desenfrenados por el sufrimiento que albergaban. Cuentan los relatos que tan solo acercarse allí, se escuchaban las voces desgarradoras e intolerables de los malditos que aullaban sus miserias. 


En contradicción absoluta a todos los preceptos que, sin fundamentación investigativa alguna, mencionaron los griegos precipitados en su ansia de invención narrativa, sustentaré con vehemencia la tesis de que el Tártaro no se encuentra a kilómetros sumergido bajo la tierra, se encuentra ubicado a unos pocos centímetros de mi cabeza. Es suficiente con pasar una noche en mi casa para comprobarlo de cerca. 
Han inaugurado en la casa de junto, hace algunos meses, una espantosa fábrica de alaridos. Inicialmente creímos que lo que se había trasladado a la propiedad vecina, era un degüelladero de ganado, llegamos a pensar que habían instalado allí una sucursal contemporánea del antiguo matadero distrital de Bogotá, pero luego de escuchar los estridentes y desgarradores gemidos, llegamos a la conclusión de que no era un matadero de reses, los berridos eran definitivamente humanos, y estuvimos seguros por varias noches, de que aquí junto, funcionaba una guarida diabólica para la brujería y el sacrificio, o una sala de torturas clandestina. 

Las paredes retumbaban estremecidas por horrorosos gritos de dolor y llantos lastimeros que no nos dejaban más alternativa que pensar que, separados sólo por una pared, vivíamos en compañía cercana de verdugos que azotaban y mutilaban los cuerpos desgastados de prisioneros indefensos y sangrantes. Recurrentes imágenes de máquinas medievales de tortura, y aparatos retorcidos de fierro se venían a nuestras cabezas al escuchar aquellos ruidos en medio de la noche. Imaginábamos artefactos diseñados para desgarrar carne y marcar ganado con metal ardiente, imaginábamos ríos de sangre corriendo por el suelo embaldosado de la casa vecina, que en antaño fuere de la vecina Cecilita, quien se arrancaría los ojos si supiera que en su vieja casona, se estaba restituyendo la mismísima inquisición.     

Algunos días después, aterrado por un berrido pavoroso que me levantó de la cama sobresaltado, tomé impulso y a fuerza de una valentía impostada, salí a la calle en medio de la oscuridad para averiguar qué era lo que sucedía entre aquellas paredes noche tras noche. Haciendo fuerza de valor caminé unos metros hasta que frente a mis ojos se develó el misterio: “En la Ducha, KARAOKE BAR”.






Febrero de 2011.


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