(Publicado en la revista The End Mag. Febrero 1 de 2017)
Una película negra que no es cine negro
Esto es lo primero, lector: Hidden Figures es una película gringa en todo el sentido de la palabra. Katherine Johnson, un personaje vulnerable (nadie más vulnerable que una mujer negra en la Norteamérica de los años 60), enfrenta varios retos para llegar a su destino, un destino que sabemos de antemano.
La película habla de 3 mujeres y habla de la lucha racial para superar la opresión que parece derrotarlas en un mundo hecho sólo para hombres blancos. Sin ser una película de superación personal, nos recuerda a Joy y a The Help: mujeres que enfrentan valerosamente unas circunstancias desfavorables y finalmente triunfan por encima de todo. Aquí, Katherine Johnson es un personaje aplastado por su contexto, que alberga un gran potencial encerrado por los límites que le impone la sociedad norteamericana.
Empezamos con un flashback paradigmático de una pequeña niña negra que sólo piensa en cifras y cálculos geométricos. Desde muy temprano, la película nos revela indicios evidentes de los problemas que vienen en adelante. Theodore Melfi, su director, podría conducir al conflicto de manera más atractiva. Con esto, hace que los primeros minutos no carguen inmensa tensión, aún no se ha generado identificación con el personaje que enfrenta un duro momento histórico. No se puede evitar pensar en la figura de El patito feo, o incluso de nuestra Betty, a quien nos recuerda con el Leitmotiv de una mujer despreciada y tímida, que siempre acomoda las gafas en su lugar tras haber dicho una frase inteligente.
Entre tanto, hay dos líneas que corren paralelas a lo largo de toda la historia: La lucha femenina y racial por la igualdad con el hombre blanco, y la carrera espacial, en que Estados Unidos y Rusia pugnan por llegar a las estrellas en medio de la guerra fría. En una escena pintoresca y heróica, se parodia la clásica imagen de los astronautas saliendo en cámara lenta de la estación espacial, mediante una escena coral que parecería de Almodóvar: varias mujeres caminando seguras con sus faldas coloridas, que reivindican a su raza y su feminidad.
La ligereza en la implacable fórmula gringa:
A pesar de centrarse en una temática tan seria y dolorosa, la película tiene algunos toques de humor, especialmente en su primera mitad. En repetidas ocasiones se caricaturiza al personaje, así vemos que tiene dos dimensiones: la mujer negra y valiosa vejada por el mundo, y la torpe y divertida viuda que aligera la trama. El montaje y la cinematografía son limpios, casi impecables, conducen al espectador sin sobresaltos a lo largo de una historia que se afloja sólo en un par de momentos.
En la estructura clásica, que vemos repetirse una y otra vez en la cinematografía comercial gringa, encontramos siempre un personaje vulnerable que inicia un camino para hacerse fuerte. En su trasegar encuentra al mentor, su jefe Al Harrison, un Kevin Costner maduro que se muestra como la figura de autoridad y guía profesional para Katherine. Su actuación es sólida y en su punto, un tipo frío que mantiene dominado a su séquito de trabajadores, pero que más adelante revela su humanidad sin necesidad de forzarla. También están allí las amigas de Katherine, que hacen las veces de acompañantes caminando junto al personaje principal hasta las últimas circunstancias para lograr su meta.
En este esquema, existen pistas que nos revelan sin dificultad lo que viene, como aquel sacerdote que menciona al Coronel Jim Johnson y a Katherine en medio de la misa y acto seguido se enamoran perdidamente. Con esto, la película nos hace entender que su público es tan amplio como pueda serlo, lo que llamaríamos un público universal. “¿Target?” preguntó la asistente, “Tan basto como sea posible” respondió Theodore Melfi con el bolígrafo en la mano “Todo aquel que sin pretensiones temáticas, busque ver una película ligera, emocionante y emotiva”.
El ritmo es dinámico; cuando el montajista siente que la cadencia se hace lenta, aplica un cambio repentino con la música o la velocidad de los cortes. No puede darse lujos sabiendo que su público no está habituado a los silencios, a las esperas o a las tensiones generadas por planos largos en que el personaje se detiene a sentir. Con películas como esta, notamos de forma evidente, la diferencia rítmica entre el cine europeo y el cine norteamericano.
Me descubro hablando casi exclusivamente de la trama y el guión, esto se debe a que en términos de fotografía y arte, la película no tiene una propuesta deslumbrante pero sí bastante limpia y digna de un director que viene de la rígida escuela de la producción. Puedo afirmar que desde el principio, Melfi se aseguró de que no se escatimaría un centavo para llevar el filme a una factura casi immaculada. Su equipo se encarga de contar la historia, sin dejar de lado el delicado desarrollo visual que requiere hacer una película de astronautas en el año 2016.
Pese a que faltando 20 minutos para el final de la película, aparece la caótica escena de la redención, sabemos desde siempre que este relato no puede terminar mal. Esto no quiere decir que la fórmula gringa no surta efecto: aún así queremos conocer la resolución de la historia. Definitivamente la película mantiene la tensión hasta el final, en Holliwood están perfectamente entrenados para eso.
Una historia que permite un tono más crudo
El entorno de la guerra fría y la lucha por alcanzar el espacio, es el contexto perfecto para generar una atmósfera insoportable y pesada que haría de la película una obra absolutamente más fuerte. Tiendo a preferir películas que revelan lados más oscuros y despiadados del alma humana, momentos más tensos y abrumadores. Si la atmósfera de la guerra, matizada por la segregación racial fueran un fantasma que rondara más amenazante la historia generando incomodidad constante; estaríamos atornillados a las sillas, queriendo escapar pero deseando conocer lo que viene. Así es que se disfruta en el cine, con una pizca de dolor en las sienes.
El conflicto del desprecio racial, también pudo ser más crudo. Es decir, mostrar de una manera más descarnada y real las condiciones de la población negra de la época. Sin delicadeza, sin contemplaciones. No hablo de violencia gráfica, pero no hay duda de que cabrían algunos momentos más furiosos para dar dinámica a los personajes. Siempre se debe hacer estremecer al espectador ¿no?. Ni la vida ni el cine son color de rosa.
Como equipo, las tres mujeres negras parecen fuertes por momentos. Sin embargo, yo quisiera ver un personaje desolado, devastado en un momento de vulnerabilidad. Quisiera que me hurgaran el nervio con el dedo, y que Katherine comiera más polvo para que su resurgimiento fuera más poderoso. Hace tiempo leí algo en alguna parte: Si quieres tener una historia interesante, sé el más despiadado con tus personajes. La música es un elemento que también aligera el relato, hay varias escenas que cambiarían dramáticamente con sólo modificar la música o dejar que el sonido directo hiciera su trabajo: la lluvia, el eco en los pasillos desolados, los silencios dolorosos. En un punto, la película cae en un bache en que durante varios minutos sólamente asistimos a los triunfos que las tres mujeres negras van consiguiendo progresivamente. Sin problemas, sin dolor.
En el cine se deben contar historias en las que el espectador no encuentre salidas posibles a las trampas en que caen los personajes, se debe generar angustia, preocupación. Los guionistas deben escribir conflictos que en primera instancia, ni ellos mismos sepan resolver. Por supuesto, esta historia está basada en un el libro biográfico de Margot Lee Shetterly, pero desde el cine tenemos la facultad de decidir cómo lo contamos y hasta dónde tocamos cada fibra nerviosa de nuestra audiencia. La segunda mitad de la película muestra algunos momentos de más intensidad y crudeza, pero ya es tarde y nos hemos resignado a una historia impecable y muy bien contada, pero bastante tierna y un poco melosa.
Tráiler: