Es claro que asistimos por estos días a la verdadera revolución de lo vintage. Podemos hallar en las corrientes estéticas de los jóvenes de nuestra generación (década de los 80’s que todavía, pero no por mucho tiempo, serán considerados jóvenes) un sinnúmero de tendencias orientadas hacia lo antiguo y hacia la reivindicación de lo que hace unos años podía ser anticuado, pero ahora es de última moda. Por estos tiempos arrebatados en que las corrientes lo permean todo con suma facilidad, he notado que la encantadora tradición de nombrar a los hijos, está siendo arrastrada por esta ola tremebunda que amenaza con convertir a todos los muchachitos en la vanguardia nominal del futuro.
El acercamiento pedagógico a los niños nacidos desde mitad de la década de los 90 hacia acá, me ha permitido notar que la mayoría de ellos se llaman “Martín” o “Tomás”, y la mayoría de ellas se llaman “Antonia” o “Amanda”.
Tal parece que está muy en boga buscar una delicada hibridación en los nombres, que no permita descifrar al leerlo, si se está hablando de una niña de 5 años o una mujer de 58 o 60. Así, encontramos con facilidad “Matildes” y “Jacobos” mucho más que las “Ana Marías”, “Lauras”, “Dianas” y “Natalias” que invadieron nuestra época.
Si no lo tiene claro, este breve instructivo lo puede llevar a hallar un nombre ideal si está pensando en engendrar en esta época, en la que, dicho sea de paso, estar fuera de la vanguardia podría ser un perfecto sacrilegio.
- Empiece por hallar un nombre con el que haya sido bautizado alguien de una o dos generaciones anteriores a la suya. Una tía abuela o algún viejo amigo de la familia puede prestarse bastante bien para el experimento. (Tenga en cuenta que debe haber nacido antes de 1950). En esta categoría encontramos Jeremías, Emmas, Jerónimos, Agustinas, Benjamines, Amelias, Joaquines y otros de su orden.
- Si el fruto de su amor es un varón, ubique un nombre femenino y transfigúrelo al género que se requiere: de este modo Eugenia se convierte en Eugenio, bastante funcional para lo que queremos, y asimismo Víctor se convierte en Victoria que también surte un efecto muy favorable para objeto de nuestra búsqueda. De esta misma manera, construimos el muy innovador Antonia, el imponente Francisca y el muy exquisito Valentín. *En este apartado, casos como Emilio y Emilia, Luciano y Luciana, Simón y Simona, Salomón y Salomé, Martín y Martina, permiten una doble connotación igualmente válida y atractiva.
- Olvide por completo y para siempre, la vulgar costumbre de combinar dos nombres: Ni se le ocurra pensar en Juan Sebastián o Andrés Felipe, que eso está ya mandado a recoger. Con Isabel o Matías a secas, es mucho más que suficiente.
- Por último, tenga en cuenta su círculo social más cercano. Un elemento fundamental de la vanguardia estilística, consiste en ser sui generis (único en su género). De modo que si su prima o alguno de sus amigos del colegio ya bautizó Gabriel a su retoño, mejor opte por Irene, así (por obvias razones), no cargará con el pesado lastre de criar un hijo mainstream.
