lunes, 13 de abril de 2015

Contratiempo


Para ser un miércoles, la mañana no había empezado tan fría, sin embargo soplaba una ventisca que se podía colar por entre una rendija de la ventana. Era más bien un hueco que ya se creía rendija de tanto tiempo que había estado allí: una brecha amplia sobre el vidrio, con una forma que delataba el golpe contundente hace varios años. La ventana tenía un marco de aluminio oxidado en los bordes, como si las gotas de lluvia hubieran entrado con frecuencia a corroer el metal y a pasar un rato para resguardarse de la tormenta. Allí en los bordes, el plateado y el marrón hacían un contraste sórdido y decadente. Ya era tarde para que alguien llegara a la clase de gramática, había corrido casi una hora desde la llegada del profesor, la puerta de madera astillada permanecía cerrada e inerte. 
De pronto se oyó crujir la madera, un golpeteo ligero y constante irrumpió la charla sobre la adjetivación correcta, el profesor negó con la cabeza y continuó con la cátedra. Caminaba de un lado a otro del proscenio al charlar, pisando primero talón luego punta sobre el tramado rojizo de cuadros en el suelo de placa cerámica. Tenía unos zapatos brillantes de charol negro que chocaba fuerte con los cordones blancos y con la charla sobre la lengua de los conquistadores. De pronto, el golpeteo regresó insistente, era un sonido débil, esta vez más lento y desganado.
-Ya es tarde, ¡regrese la próxima semana!- gritó el profesor.

Silencio. 
La clase permaneció expectante pues había quedado en punta, encerrado en la boca enmudecida del profesor, el misterio de la puntuación en citas textuales. El golpeteo apareció de nuevo, más sutil, casi imperceptible. Airado y con el ceño fruncido, el profesor caminó hasta la puerta, primero talón luego punta sobre el tramado rojo del suelo cerámico. Abrió con un crujir de madera envejecida y allí estaba Carrizo, sostenido en pie con dificultad y recostado sobre el marco enmohecido. Tenía un brazo, el otro no, la media manga rasgada de la camisa estaba impregnada en sangre púrpura y goteaba resignada. Desde la mitad del antebrazo derecho, un muñón en carne viva delataba la ausencia de su extremidad. La espera había generado un charco brillante de sangre aún caliente en el suelo, que ya en aquel punto, por ser fuera del salón, no era un tramado rojo de piso cerámico. Los ojos entrecerrados de Carrizo se elevaron y mostró un semblante pálido de mareo como antecediendo un desmayo.
-Disculpe que llegue tarde profesor- dijo con voz entrecortada -tuve un contratiempo-.














Nicolás Cuervo Rincón