En su última película Franco Lolli nos presenta personajes reales. Y eso a los espectadores, nos incomoda. Nos da rasquiña.
Nos muestra una historia sin vertiginosos periplos, sin héroes ni grandes cambios de fortuna. Nos muestra una historia elemental, limpia, sin arandelas ni adornos. Una película apoyada en la impecable dirección de actores y la actuación excelente, sin pretensiones.
Los personajes de Gente de Bien son tan cercanos que nos enternecen y nos hacen sentir cariño, pero también vergüenza de nosotros mismos, de ser pobres que odian a ricos y ricos que odian a pobres.
Ya Víctor Gaviria había hecho un gran trabajo contando historias de cotidianidades reales, de espacios y seres tangibles, pero en Medellín. No hablemos pendejadas, yo nací en Bogotá y jamás había visto unos bogotanos tan bien contados: tan fríos y rabiosos, tan solapados y tan despiadados que parecen de verdad.
Hoy en el cine vi un relato sublime. Y allí, una triste ciudad partida en dos pedazos que se tienen miedo y rabia uno a otro porque no se conocen, porque desde pequeños aprendieron a perpetuar la diferencia, a pelar los colmillos cuando se les acercan. Una Bogotá con una raja por la mitad que queremos meter bajo la alfombra, pero que cuando nos sentamos frente a la pantalla se revela tan nítida y profunda que los espectadores se mueven incómodos en su silla, y carraspean sin saber si reírse del humor delicado y natural de la historia, o esconder la cara entre las manos y salir rápido de la sala a coger un taxi sin que nadie los vea.