Es cierto que el pastor no trae ningún mensaje del mesías, ni conoce el camino directo a la salvación celestial, es cierto que el pastor profesa fantasiosas ficciones de su delirio mercantil, y que cobra su show con desmesura...

No es un estafador, no, ni un pícaro. Él cobra su puesta en escena, su sacrificio en las tablas, las horas invertidas en su entrenamiento: interminables jornadas parado frente a un espejo, intentando plasmar en su rostro la verosimilitud de un carácter, interiorizando su personaje, escribiendo textos contundentes para sustentar su monería, escogiendo las mejores palabras para construir su comedia.
No se le subestime, páguesele el diezmo. Que la farsa, decían los griegos, también es un arte.